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Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:
- ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mi...
- No solo es importante la luz que me sirve a mí, sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
Si a veces alumbrar nuestro camino se nos hace cuesta arriba, imaginemos hacerlo para los demás como el cuento, mas si queriendo o no a veces se oscurece , cuando se usa el egoísmo, el odio, el resentimiento, el desamor, como aceite de la lámpara.
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
2 comentarios:
Muy profundo este post, tiene mucha sabiduría.
Estoy rebajando por alguno de mis espacios hay fotos recientes, sin pancita de computadora jejejeje
Muy bien Fher!! Así es la vida..A veces vivimos tan imbuidos en nuestro propio mundo y tan ensimismados, que no somos capaces de ponernos en la piel del otro, para ver lo que siente o padece..Resulta que si brillamos con luz propia y somos menos egoístas, esta luz también daría para más mucha gente!
Saludos hermano!
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